Lo han vuelto y sin dejar de lado los hábitos saludables, se han fijado en los azúcares añadidos como sustancia a analizar. Los resultados han sorprendido no solo a los estudiantes, sino también a profesores y padres. «Un producto salado puede contener hasta 30 terrones», explica a modo de ejemplo la profesora de Biología Belén Martínez.
Lo han vuelto y sin dejar de lado los hábitos saludables, se han fijado en los azúcares añadidos como sustancia a analizar. Los resultados han sorprendido no solo a los estudiantes, sino también a profesores y padres. «Un producto salado puede contener hasta 30 terrones», explica a modo de ejemplo la profesora de Biología Belén Martínez.
Todo comenzó en una de sus clases cuando abordaron los glúcidos. Fue el tema que más dudas les suscitó y la clave para invitarles a que investigaran sobre el consumo de azúcar y sus efectos a corto, medio y largo plazo en la salud, tales como la obesidad infantil y la diabetes en los adultos. A partir de ahí, los trece jóvenes se pusieron manos a la obra. Comenzaron trayendo productos de sus casas y comprando aquellos que también creían necesarios para que su análisis fuera lo más completo posible.
En ese listado de alimentos aparecían galletas, bebidas gaseosas, zumos, cacao, turrones, golosinas, productos salados... Estudiaron todas las etiquetas y realizaron las mediciones en el laboratorio. Para que el estudio resultara evidente y entendible por los alumnos de todos los niveles, tradujeron a terrones la cantidad de la sustancia a analizar que encontraron en todas las muestras. «Es exagerado el consumo de azúcares añadidos que podemos consumir sin saberlo», precisa Martínez, quien apunta a que esta afirmación es fruto de otra parte del proyecto llevado a cabo.
Esta tiene que ver con la realización de encuestas a la comunidad educativa (padres, estudiantes y profesores) sobre sus hábitos alimenticios y en especial sobre la cantidad de esta sustancia que inicialmente creían tomar. Para muchos, el resultado fue toda una sorpresa, ya que como bien plantean en su investigación, «el mayor problema está en la desinformación, tanto por parte de los consumidores como de la que aparece en algunas etiquetas de alimentos».
Desde que comenzaron a trabajar en diciembre, han analizado una treintena de productos, además de realizar una exposición en el centro con los resultados traducidos a terrones. El estado de alarma pilló a los estudiantes con la mayor parte de la tarea realizada. Con la selección del proyecto por parte de la Fundación la Caixa, los trece estudiantes eligieron a cuatro representantes del equipo para defender el estudio en el campus que ha tenido que desarrollarse esta vez de manera virtual (normalmente se realiza en Barcelona).
De ello se han encargado Marina Alonso, Violeta Duro, Marina García y Andrea Julián. Durante tres jornadas y ocho horas diarias delante del ordenador, han asistido a charlas de la modalidad en la que participan (salud), pero también de las otras tres que forman parte del certamen (emprende, big data y noticias falsas), mientras en la parte específica debían resolver retos demostrando lo aprendido en su proyecto, que han tenido que exponer en un vídeo. Ahora toca esperar a que la organización dé a conocer a los ganadores de una iniciativa a la que se presentaron 2.000 trabajos.